martes, 17 de agosto de 2010

Tristeza

[...] Mientras tomaba el café con leche descubrió a la tristeza en su pecho. ¡Buen día, Tristeza! Hacía mucho que no la veía por acá, no es que la extrañara, eh, para nada. ¿Y ahora por qué me vino a visitar? Ah, ya sé, debe ser por el hombre que ayer vi en la calle, sí, cada vez que pienso en él me pongo triste, muy triste, estaba tan solo... ¿No? ¿No es por él...? No se me ocurre otra cosa, señorita, por lo demás mi vida está muy bien, se debe haber equivocado de timbre entonces, vuélvase a casa y revise la dirección. Sí, estoy segura, no soy la persona a la que estás buscando. Vamos, ya me conocés, ya sabés que cuando me venís a visitar yo te abro la puerta y te dejo estar un rato largo, te digo: "Tomate... tómese, tómese su tiempo" (no me gusta tutearla, se merece todo mi respeto), siempre le ofrezco mi casa para que se quede cuanto tiempo quiera, pero estoy segura de que éste no es el día, con todo mi respeto, se lo digo. ¿Insiste? No, hoy no la quiero acá. Hoy... hoy tengo que estar feliz, porque hoy se va mi novio a Viena. ¿Ya le conté que mi novio se va a Viena? Sí, obvio que lo voy a extrañar, pero eso qué tiene que ver. No, no la necesito a usted, no necesito estar triste porque mi novio se va. Si total, qué me importa, me dijeron que las austríacas son bastante fuleras. ¿Y yo? Yo estaré bien, yo tengo muchos planes para estas dos semanas, ¿sabe? Sí, sí. Hoy mismo empieza mi cronograma. Esta tarde, después de despedirlo, me daré un paseo por el parque, me llevaré muchos libros para leer, no sé, no sé cuál voy a leer, por eso me llevo muchos, para elegir. Siempre hago eso con los libros, porque yo leo distintas cosas según lo que me esté pasando, ¿sabía?, aunque nunca terminé ningún libro yo leo mucho. Pero ahora no estoy muy segura de lo que me está pasando, entonces tengo que tener una buena oferta. Cuando esté en el parque... yo qué sé a cuál voy a ir, a un parque... Le decía, cuando esté en el parque, me preguntaré qué me pasa y elegiré dependiendo de la respuesta. ¿Que cómo voy a saber qué me pasa? Y bueno, empezaré a meditar, a pensar en mis días pasados, a buscar en el fondo de mi alma, voy a pensar en él, obvio, porque él está en el fondo de mi alma, claro, voy a pensar en el otro día, cuando me hizo cosquillas hasta que me caí de la cama, a veces me hace cosquillas con los dedos en mi panza, pero a veces basta con que me recorra los cachetes dándome besitos y entonces ya me río a carcajadas, sí, con su boquita nada más, no sé qué es lo que me da cosquillas, a veces porque está mal afeitado entonces me pincha un poquito, pero no me duele, nada de lo que me hace me duele, sólo me da cosquillas, y, sí, voy a extrañar un poco sus cosquillas. Encima yo me río tanto que le pido que pare, pero en realidad no sé si quiero que pare, a mí me gusta que me haga cosquillas, a él no le gusta, pasa que él es muy cosquilludo, cuando yo le hago cosquillas se ríe tan frescamente, parece que se le llenara la boquita de flores, de peces, de colores, sí, su boca cuando se ríe es como un arco iris invertido. Y la piel de su cuerpo es tan suavecita, le gusta cuando lo acaricio con las uñas, él no lo sabe pero en realidad es una especie de cosquillas, ¿o no? Yo creo que sí, y tanto lo creo que de repente los mimos son cada vez más rápidos, cada vez más juntitos, las uñas casi que no suben y bajan porque están presionando sus costillas, entonces su risa vuelve a volar, le da vergüenza que le haga cosquillas, es eso, entonces me pide no me hagas costillas, no me hagas, Cosquillas, le tengo que decir, porque él en realidad es un bebito y no sabe hablar, pero se sigue riendo, sus carcajadas resuenan en toda la habitación, las flores y los colores salen a borbotones de su garganta y a veces siento que veo un pentagrama en el aire y las notitas bailando ahí mismo, ya sé, soy una tonta, pero es que lo quiero tanto, Tristeza, no sabés cuánto lo quiero, con esa risita fresca, esos pececitos y esas costillitas. Sí, tenés razón, lo voy a extrañar, y lo quiero tanto tanto tanto.
Para entonces sus ojos ya eran cataratas que desembocaban en la taza de café, ¡pero si ella había dicho que no quería llorar!