miércoles, 23 de febrero de 2011

Surrealismo II

Mirando al norte estoy. Pensando en quién sabe qué, en cómo encontrar mi rumbo con esta brújula oscilante y desprolija, en cómo salir a buscar mi lugar en este mundo, en si será eso posible, en si existirá tal cosa, en... Y desde el sur, algo interrumpe mis pensamientos y me hace girar la cabeza.

Mirando al sur me encuentro, mirando oscuridad. De pronto el sol se apaga y con él todas las luces. Pero no se apaga la lluvia, ni el tacto ni el sonido con los que la siento. Escucho la lluvia. Me acerco. Es un hombre sentado en mi cama el que llueve. Llueve con una botella en su mano. Vuelco la botella sobre mi pecho para comprender que es real. Me mojo y entonces el hombre es real. Pero es desconocido (me pregunto cuán real es lo desconocido), y su piel me atrae para conocerlo. Empiezo a tocarlo. Con una sola caricia recorro desde su pelo hasta sus pies. Vuelvo sobre la cara y toco su boca que se entreabre y me moja los dedos. Descubro que sus labios son carnosos y los creo rojos. No hay sol, mis ojos se acostumbran a las sombras y ya creo ver imágenes. Toco su boca con mi boca; tengo que conocerlo a besos porque peco de romántica. Ya la botella se vació y la lluvia paró. Necesito más. Empiezo a desrropar furtivamente al desconocido; tengo que conocerlo desnudo porque peco de pasional. Le saco las capas de ropa, le saco el velo que lo oculta y lo aleja de mí. Pero no, pero no. No consigo saber quién es el desconocido. Lo beso desnudo. Le recorro el cuerpo a besos porque quizás así encuentre respuestas. Lamiendo su pecho siento que quiero más. Me siento en la falda del desconocido y hago que su pene recorra mi vagina. Primero me acaricio los labios con la cabeza, para entrar en confianza. Suave, despacio. Pero entonces ya me está penetrando y yo ya estoy gimiendo. El desconocido me resulta conocido. Lo creo familiar. Yo ya cogí con esa pija alguna vez. Lo mismo grito. Grito porque el desconocido coge muy bien. Y siento sus manos en mi espalda, subiendo y bajando, apretando. De pronto él también gime. Él también gime porque también yo le gusto. Y le mojo el cuello con besos. Pero así no, así no lo estoy conociendo. Sigo sin poder descifrarlo. Pero lo mismo sigo. Ahora estoy yo abajo y su mejilla toca mi mejilla. Sigo porque me gusta jugar con fuego. Porque no sé quién es el desconocido. Porque no me importa que sea quien yo temo que sea. Quiero jugar con fuego. Juguemos con fuego, desconocido, desconocido hombre, desconocida sensación, desconocido placer. Juguemos a ver qué pasa. Grito, eso pasa. Grito orgásmicamente porque acabo de llegar a ese punto con el desconocido. Y grito más. No quiero que se termine. Sigo gritando. Al desconocido le gusta que grite. Le gustan mis gemidos y lo hacen gemir. Y creo reconocer esos gemidos, pero no, pero no, no lo sé, no lo conozco, no es real, no puede ser real. Pero el placer, el placer tampoco es real, el juego, los gemidos, el desconocido, el orgasmo, el pene, el desnudo, la boca, la lluvia, la sombra, el sur, nada es real.

sábado, 19 de febrero de 2011

Mi primer cuento que no tiene título todavía porque no soy muy buena para eso

La luz apagada siempre hace que el sentido de la vista se suprima y que entonces los otros sentidos tomen protagonismo. Por las noches, el que más se impone por lo general es el oído, se escucha todo perfectamente. El despertador es un sonido, y no hay nada peor que que nos despierte un sonido o que un sonido nos impida dormir; la paz pasa por el silencio y la desesperación por los ruidos molestos.
Tenía la cabeza apoyada en su pecho, era ya muy tarde y estaba cansada, lo único que pedía para esa noche era poder dormir tranquila. Escuchaba perfectamente ese latido constante y puntual, con un ritmo determinado, una melodía vaga, una armonía discutible, pero un pulso perfecto, tan justo y preciso. La canilla goteaba a lo lejos pero eso era lo de menos, ya estaba acostumbrada a que perdiera, a que el plomero jamás la dejara bien, a olvidarse volver a llamarlo, había cosas a las que una se podía acostumbrar. Muchos colectivos se escuchaban por la ventana, pero eran años de vivir en esa casa, había cosas que no importaban mucho a esa altura de la vida, a esa altura de la noche, a esa altura del sueño. También la respiración era algo que ya casi ni se escuchaba, el intercambio gaseoso es entendible en una persona aún viva, pero todo tiene su límite, cuando ya se convierte en acordes groseros, ahí sí que se escucha, en rugidos poco elegantes, vibraciones desagradables, como si fuera un gordo en el sillón del living el que se ha quedado dormido, con la televisión prendida, panza para arriba, típica postura de un vago que nada ha hecho durante el día, cuando es la mujer la que siempre se encarga de limpiar, ir a buscar a los chicos al colegio, preparar la cena, el almuerzo, el desayuno y las meriendas, el fenómeno acústico es entendible si lo único que se ha hecho en el día es estar detrás de un escritorio cumpliendo la jornada, sin desgaste, sin cansancio, sin preocupaciones por la casa, la económica familiar, la gotera del baño, ese maldito plomero, claro que se dormirá primero entonces, y el jadeo súbito no dejará dormir a la que sí tiene esas cosas en la cabeza, que quiere salir adelante, llegar a fin de mes, brindarle un futuro a sus hijos, recuperar la pasión y la vivacidad juvenil, es perfectamente entendible que él se duerma primero y que su estúpido y desagradable intercambio gaseoso desfavorezca la paz matrimonial nocturna, nadie puede negarlo.
Le apoyaba los dedos sutilmente en los labios, chistaba con esperanzas de que los ruidos desaparecieran, no importaban los colectivos ni la gotera, que se apagaran los latidos si era necesario para poder dormir tranquila, pero tampoco importaba el ruido en realidad porque ya se trataba de algo más. Tapaba su boca con una mano pero entonces el fenómeno se emitía por la nariz, no había muchas opciones, daba vueltas en la cama, volvía a apoyar la cabeza en su pecho, escuchaba ese latido constante y puntual, justo y preciso que decía que él estaba ahí, los dedos comenzaron a descender y a esbozar caricias en su pecho, hasta escuchar su voz de gruñón por las mañanas, entonces la mano subía y se apoyaba nuevamente en el cuello, un "callate un poquito" al oído, mil instancias agotadas, la mano que seguía en el cuello, la cabeza en el pecho, el latido constante, en el cuello haciendo presión, ahora con dos manos, seguía chistando, el rugido comenzaba a atolondrarse, sus ojos se mantenían cerrados, su boca se abría más, casi gritando, la respiración se complicaba, la presión continuaba, pero el rugido también, y entonces qué podía hacer, el rugido ya era casi esporádico, no importaba qué estaba pasando porque el rugido se iba apagando, los medios eran efectivos, por fin alcanzaría el bendito sueño, apagar ese sonido y cualquiera que provenga de él, entonces volví a apoyar la cabeza en su pecho pues ya había alcanzado el objetivo máximo. Los rugidos poco elegantes habían callado, los ruidos externos persistían pero eran lo de menos, ya ni siquiera se escuchaba ese latido vago, aquel con un pulso perfecto, tan justo y preciso.