lunes, 9 de septiembre de 2013

No cruces esa puerta

Quedate ahí
No te acerques más
No cruces esa puerta

Dejame ahí,
en ese lugar donde soy
linda-inteligente-divertida

No intentes conocer nada más
No descubras
que duermo más que lo normal
que sueño y planifico absurdos
que en invierno no me depilo

Quedate ahí
¿Para qué querés avanzar más?
¿Para qué querés cruzar la puerta?

Dejame ahí,
detrás de ese vidrio
donde no sentimos ni sufrimos

No intentes conocer nada más
No voy a entregar
lo que soy detrás de bambalinas
lo que soy cuando estoy sola
lo que no quiero que conozcas

lunes, 26 de agosto de 2013

El camino ya trazado

El tiempo es el susurro de un sueño en el silencio de ser
El amor es un reloj que miente bien
Bien atemporal te deja en unlugar
Un lugar puede ser el grito inmóvil del encierro
Un oído ajeno es el reclamo de un castillo
El castillo es el brillo de las palabras bien amasadas
            ¿Bien amasadas significa sin tambalear?
Tambalear es reprimir una mochila de palabras
Las palabras son las flores de los límites
Los límites son los dueños de la irresponsabilidad
La irresponsabilidad es la alienación de querer ser compañera
            Ser compañera es ese circo que arma el desconcierto de la novedad
La novedad es la confirmación de que estamos vivos
El tiempo de descuento es la esperanza de correr riesgos
            Correr riesgos es encerrarme en mí misma para poder liberarme
Liberarme es ser la poesía de un cuerpo que me apasiona
            Me apasiona el impacto de un carácter que me enloquece
                        Me enloquece ser tan chiquita en la soledad
La soledad son los labios oprimidos y las penitas endógenas
            Las penitas endógenas son rimas que callan
                        Callan un castillo
                                   El castillo es lo de arriba
Lo de arriba es este no saber ser, lo de abajo es esta falta de respuestas
            La falta de respuestas son mis propias preguntas
Mis propias preguntas son este camino teñido del ser
El ser es la definición del absurdo
El absurdo es olvidarse de aprender, y aprender a recordar
                                    Recordar que tengo miedo
El miedo es el color de la oscuridad
            La oscuridad es el alma del gran verdugo

El tiempo es el susurro de un sueño en el silencio de ser

domingo, 21 de julio de 2013

Separarse es como dejar de fumar
Es como pensar en el infinito
Es saber que nunca, nunca más

Vas a besar a ese cigarrillo

domingo, 30 de diciembre de 2012

"Porque amar era una posición ideológica"



En aquel entonces, la política entraba en todos los aspectos de la vida, incluyendo en las parejas. Yo tenía romances informales, estilo pareja abierta. Hablábamos más de política que de amor. Fulano está en pareja con fulana, se decía, pero cada uno vivía en su casa y nos encontrábamos en casas prestadas ara dormir juntos y pasar un fin de semana. Siempre ahbía una casa disponible. También nos escapábamos mucho a San Martín de los Antes. El plan turístico terminaba siendo el encierro en un hotelito. Cuando la relación se asentaba, al gacerse reconocida, la compañera pedía un cierto respeto. Y el compañero debía comprender que s no era respetuoso con la mujer, no podía seguir transitando ese camino. En ese momento, si se produjo un respeto por la mujer también fue porque la muejr buscó en la militancia un plano de igualdad. No había distinción de sexos para las responsabilidades. Esa situación desconcertaba al enemigo. Cuando las primeras compañeras asaltaban un banco, los policías no se esperaban que las mujeres fueran de armas tomar. Y menos andar tiroteándose con ellas. Se alteraba el concepto de belleza de la burguesía. Pero también a nosotros, los compañeros, nos desconcertaba este cambio. Empezamos por encontrarle un beneficio a la relación de igualdad. Porque en todas nuestras relaciones lo que primaba era una búsqueda de afecto. Discutíamos una frase del Mayo Francés: “Cuanto más hago la revolución, más hago el amor. Cuanto más hago el amor, más hago la revolución”. Qué pasaba con esa consigna. La práctica militante, la práctica política estaba cargada de un erotismo que se oponía a la pornografía, opuesto también al oscurantismo. Nos sal+íamos de  la versión tanguera del amor. No sé si se salió a fondo, porque después se demostró que esto era irreversible. Pero después nos parecía que estábamos saliendo, y la palabra “compañera” era una palabra fuerte. Cuando uno se metía en la vida de otro, cuando uno veía que un compañero producía algún daño en la relación afectiva, era profundamente cuestionado. El daño que producía tomaba estado público. Si con tu pareja te agotaste, decíselo. Por qué no cortás. Porque mientras el otro tiene ilusiones, va a sufrir. Y si vos estás convencido de que no va más, planteaseló.
Me acuerdo lo que criticamos a un compañero que le había dejado una marca en el cuello a una compañera. Más que como compañera la trataba como el estanciero trata a una vaca. “¿Por qué le marcás el cuerpo?”, lo cuestionamos. “¿Le preguntaste si quería?”. También: “¿Y si ella no quiere, por qué tiene que ostentar la marca tuya?” Había una yerra en eso.
Se trataba de un aprendizaje en relación al otro. Se disfrutaba mucho, pero también se sufría. Aunque sabíamos que no existe la completud ideal, la buscábamos. Pasábamos por frustraciones, estados dolorosos. Lo valioso fue que se buscó el respeto y en producir el menor daño en una relación amorosa. Porque daño siempre hubo, hay y habrá, pero puede ser siempre menor. Lo que intentamos cambiar fue el concepto de amor y hacerlo más amplio: amor era tener parte en la militancia, amor a un pueblo. Amar a una persona del sexo opuesto era bastante más que desearla.
Lo que yo venía haciendo era “usar” el cuerpo de la mujer. Hasta que descubrí las potencialidades del cuerpo, descubrí el erotismo en armonía con los sentimientos políticos, porque amar era una posición ideológica.
Al recuperar la relación con el cuerpo, encontré ahí algo que me serviría al caer en cana. Escuchando  el cuerpo, este cuerpo que me tocó en la repartija, que es único. Y no tiene recambio. Tengo que cuidarlo porque es el soporte de mi inteligencia y el soporte de mi placer. Yo lo tengo que cuidar. De la importancia del cuerpo me acordaría durante la tortura. Cuando después de torturarme, me llevaron la primera noche a la cárcel, me acosté todo dolorido. En la celda había un colchón y un trapo, una especie de manta. Al acostarme pensé: “Hasta ahora aguantó. Pero, ¿cuánto más va a aguantar? Yo dependo de este cuerpo”.

Orlando "Nano" Balbo

miércoles, 22 de agosto de 2012

Autobiografía literaria


La historia de mi -aún corta- vida es bastante simple y previsible. Mamá Sandra, papá Carlos, hermana Julieta, amigos y amigas muchas, novio uno, por ahora. Y sin embargo, presentarme a través de la lectura y la escritura, parece ser una linda forma de ponerle color a la simpleza y previsión.
Un siete de enero de 1994, en el barrio de Villa Crespo, mamá y papá escribieron una letrita minúscula que decidieron llamar Paula. En estos tiempos en los que trato de convertirme en una adulta mayúscula, sigo viviendo en el mismo barrio y en la misma casa. Dieciocho años plagados de letras, de palabras que hacen ruido y dibujan caminos. Dos carreras para ser narradas en forma de cuento o poesía: profesorado de primaria y profesorado de Letras.
En la infancia, empecé a consumir libros como todos: llegaban a mis oídos desde la boca de mamá. Me recuerdo sentada frente a ella, escuchando Manuelita, ¿adónde vas?, investigando los dibujos del libro para guiar mi imaginación. Aprendí a leer mientras mi hermana, tres años mayor que yo, me usaba para jugar a la maestra. Teníamos un pizarrón de juguete con el que ella trataba de alfabetizarme; y un día, lo logró: pude unir algunas letras y leer una palabra. A mi madre le llegó la noticia cuando, sentadas en la sala de espera del pediatra, pregunté: “Mami, ¿qué significa toilete?”.
Y entonces dejó de ser ella en voz alta la que me contaba las historias, y empezaron a ser mis propios ojos penetrando el papel. El primer libro que leí entero y por mi cuenta fue Harry Potter y la piedra filosofal, a mis seis años de edad. Me tomó once largos meses llegar a la última página, y todavía recuerdo la satisfacción del momento en que lo terminé. A los nueve años una amiga de mi papá, me regaló un libro titulado Completamente embrujado, de Christian Bienik. Marcó el inicio de un gran año de lectura intensa, primero por autores alemanes y austríacos desconocidos y poco ubicables de este lado del océano, y luego por clásicos argentinos de literatura infanto-juvenil. Fue el año de la separación de mis padres y de muchos cambios en mi vida, en el que los libros fueron mi refugio y compañía. Entonces había una librería Nadir en Canning y Corrientes, dentro de la cual funcionaba un bar. Mi mamá me dejaba ahí por un par de horas, yo me sentaba en una de las mesas, pedía una coca, tomaba un libro y me ponía a leer. Al poco tiempo la mujer que atendía la librería me echó y le prohibió a mi mamá que me dejara de nuevo leyendo algo que no iba a comprar. Es que el mercado es así: para ellos, libros y billetes son la misma cosa.
Más adelante, cuando tuve once o doce años, vino el tiempo de las transiciones. Y de la misma forma en que pasé de escuchar Avril Lavigne a incursionar por Los Beatles, quise pasar de Ana María Shua a Cortázar. “Final del juego” fue el primer cuento que leí. Con mi mamá, acostadas en su cama, un párrafo cada una, y luego lo comentamos al final. Después, llegó a mis manos “Deshoras” y me enamoré perdidamente. Por supuesto que a mis tiernos once años la lectura que hice fue simple y chata, pero eso es lo maravilloso: que cada vez que lo releo descubro algo nuevo, le imprimo otro sentido.
Mi adolescencia es la Rayuela de Cortázar. La primera casilla llegó a mi vida cuando tenía catorce años; el cielo lo toqué recién el verano pasado. Pero esta vez no fue como con Harry Potter: esta vez fue una elección hacer que el libro durara tantos años. Dosificar la lectura era mantener la ilusión de que nunca se terminaría. Leía por temporadas hasta un determinado momento en el que hacía una pausa, y retomaba meses después. Pero mi colegio secundario también estuvo signado por un nuevo mundo al que entré –y que todavía mantengo-, que es el de la militancia. Entonces pasaron por mis ojos libros de política, libros rojos, libros con estrellas, libros de liberación, libros que no eran literatura, literatura que hablaba del cambio social, e incluso libros que hablaban de libros. Será a causa de mi latinoamericanismo, que por esos tiempos llegaron Galeano, Benedetti, Soriano, Walsh, pero mis únicas lecturas extranjeras fueron las que me mandaban en el colegio.
También probé con explorar otras artes a lo largo de mi vida: música, teatro, tango, plástica. Por todas pasé por lo menos mediante algún curso corto. Y sin embargo, las letras fueron más fuertes. Al cabo de un tiempo como lectora, descubrí que las palabras no sólo sirven para consumirlas, sino que con ellas también se puede escribir. Moldearlas, amasarlas, deformarlas, combinarlas, dibujarlas, cantarlas, armar inmensos castillitos de palabras. Y en esa esquina del arte me quedé. Para desahogarme, para contar lindas historias, para inmortalizar lo vivido, para hacer regalos, para gritar injusticias, mi materia prima pasó a ser la palabra. Supe que era mi vocación, que quería que las letras se apoderaran de mi futuro, que se apasionaran con mi destino. Pero no podría dedicar mi vida a encerrarme sola en un cuarto a escribir, a publicar crítica literaria para un público reducido. Sería demasiado egoísta dedicarme a una ocupación tan individual. Fue entonces cuando salió a flote mi segunda pasión –que ameritaría todo un relato aparte-, la que le daría el sentido social a mi interés personal: la docencia. Si bien pude sintetizarlas el profesorado, las letras y la docencia mantienen una relación bastante tensa en mi vida: nunca se sabe qué pasión prevalece sobre la otra.
Me quedan muchos libros por leer, muchas historias por redactar, muchas palabras por escuchar, muchas letras por enseñar. Me quedan muchas preguntas por responder y muchas otras por preguntar. Hasta acá, el relato de mi vida; de ahora en más, a seguir escribiendo.