viernes, 10 de diciembre de 2010

Piecesitos

Hace un tiempo, olvidé que lo que tenía para entregarle al otro era mi mano, y jamás mis pies. Porque mis pies, son lo único de lo que tengo el control absoluto, porque es con ellos con quienes tomo mis decisiones, porque son los únicos que nunca van a dejar de estar pegados a la tierra realidad, porque sin pies no hay rumbo por el que andar, ni camino que recorrer, ni pasos que dar, ni tiempos que marcar, ni puentes que cruzar, ni senderos para disfrutar, ni rutas para correr, porque sin pies no se puede armar y desarmar caminos, lanzarse tras objetivos, investigar terrenos, porque de los propios pies nunca hay que salir, porque sin ellos no hay elección libre y autónoma. Mis pies son mi base, mi propiedad, mi identidad, quienes me recuerdan un trayecto y me proponen nuevas metas, y si los pierdo, pierdo gran parte de mí.

Pero hace un tiempo lo olvidé. Los confundí, dejé que nos pisáramos, que nos descalzáramos, que nos fundiéramos en un solo par de pies. Lo olvidé. Y creí que estaba bien "que confundiéramos nuestros zapatos por la costumbre de caminar juntos". Realmente lo creí y hoy me doy cuenta de que habría sido mejor compartir un guante o una manopla. Si hace un tiempo lo olvidé, lo negué o me convino olvidarlo, hoy, desde la distancia desde la que se ve todo, recuerdo que uno no toma al otro de los pies, sino de las manos. Porque no está mal amasar una realidad de a dos, no está mal construir una historia manualmente, no está mal compartir nuestros caminos: está mal creer que de uno solo se trata, que nuestro camino es uno y es el mismo, perder la noción de qué es propio, qué es ajeno y qué es compartido, entregar hasta nuestras voluntades individuales. Mi camino es mío y sólo lo trazo yo. ¡Y cuánto más lindo es caminar tomándote de la mano!, pero seguir avanzando sobre mi propio rumbo y nunca perder de vista que soy mi propiedad, mi responsabilidad, que mi compromiso conmigo misma es el primero porque sé que valgo, lo sé y no tengo escrúpulos en decirlo. Cuánto más lindo de la mano... ahora comprendo. Y es que cuanto más libres de nuestras manos sean nuestros pies, más largos y fuertes se harán los brazos del enlace. Disfrutaríamos de ver a nuestros propios pies crecer, hacia arriba, hacia adelante, por los costados, si al fin y al cabo se trataría de una decisión personal. Nuestros cuerpos se verían divididos en tres partes distintas: vos, yo, nosotros, viviendo de a dos pero sin dejar de ser uno. La independencia no se vería opacada por el vínculo, por el contrario lo nutriría con esa confluencia entre dos pares de pies que con determinación, buscan seguir siendo dos. Y entonces, mientras anduviéramos cerquita (porque así nuestros pies lo decidieran), seguramente y sin vacilar, nuestras manos se atraerían para tomarse y formar el puente del compartir, de la comunicación, del interés y la atención, del respeto, de la confianza, de los aprendizajes, y de todo lo que se nos diera la gana darnos. Y el amor no es más que eso.

El hecho es que ahora, que acabamos por soltarnos las manos, ahora vuelvo a ver a mis pies, y no me queda más que prometerles que nunca más los voy a perder, no me queda más que reencontrarme conmigo misma y marcarme un lindo camino para conmigo recorrer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Intenté comentar un montón de veces y no pude por culpa de la otra computadora lentísima.

Nada, me encantó Pau, realmente es hermoso y vos también lo sos.

Maru.