En aquel
entonces, la política entraba en todos los aspectos de la vida, incluyendo en
las parejas. Yo tenía romances informales, estilo pareja abierta. Hablábamos
más de política que de amor. Fulano está en pareja con fulana, se decía, pero
cada uno vivía en su casa y nos encontrábamos en casas prestadas ara dormir
juntos y pasar un fin de semana. Siempre ahbía una casa disponible. También nos
escapábamos mucho a San Martín de los Antes. El plan turístico terminaba siendo
el encierro en un hotelito. Cuando la relación se asentaba, al gacerse
reconocida, la compañera pedía un cierto respeto. Y el compañero debía
comprender que s no era respetuoso con la mujer, no podía seguir transitando
ese camino. En ese momento, si se produjo un respeto por la mujer también fue
porque la muejr buscó en la militancia un plano de igualdad. No había
distinción de sexos para las responsabilidades. Esa situación desconcertaba al
enemigo. Cuando las primeras compañeras asaltaban un banco, los policías no se
esperaban que las mujeres fueran de armas tomar. Y menos andar tiroteándose con
ellas. Se alteraba el concepto de belleza de la burguesía. Pero también a
nosotros, los compañeros, nos desconcertaba este cambio. Empezamos por
encontrarle un beneficio a la relación de igualdad. Porque en todas nuestras
relaciones lo que primaba era una búsqueda de afecto. Discutíamos una frase del
Mayo Francés: “Cuanto más hago la revolución, más hago el amor. Cuanto más hago
el amor, más hago la revolución”. Qué pasaba con esa consigna. La práctica
militante, la práctica política estaba cargada de un erotismo que se oponía a
la pornografía, opuesto también al oscurantismo. Nos sal+íamos de la versión tanguera del amor. No sé si se
salió a fondo, porque después se demostró que esto era irreversible. Pero después
nos parecía que estábamos saliendo, y la palabra “compañera” era una palabra
fuerte. Cuando uno se metía en la vida de otro, cuando uno veía que un
compañero producía algún daño en la relación afectiva, era profundamente
cuestionado. El daño que producía tomaba estado público. Si con tu pareja te
agotaste, decíselo. Por qué no cortás. Porque mientras el otro tiene ilusiones,
va a sufrir. Y si vos estás convencido de que no va más, planteaseló.
Me acuerdo lo
que criticamos a un compañero que le había dejado una marca en el cuello a una
compañera. Más que como compañera la trataba como el estanciero trata a una vaca.
“¿Por qué le marcás el cuerpo?”, lo cuestionamos. “¿Le preguntaste si quería?”.
También: “¿Y si ella no quiere, por qué tiene que ostentar la marca tuya?”
Había una yerra en eso.
Se trataba de
un aprendizaje en relación al otro. Se disfrutaba mucho, pero también se
sufría. Aunque sabíamos que no existe la completud ideal, la buscábamos. Pasábamos
por frustraciones, estados dolorosos. Lo valioso fue que se buscó el respeto y
en producir el menor daño en una relación amorosa. Porque daño siempre hubo,
hay y habrá, pero puede ser siempre menor. Lo que intentamos cambiar fue el
concepto de amor y hacerlo más amplio: amor era tener parte en la militancia,
amor a un pueblo. Amar a una persona del sexo opuesto era bastante más que
desearla.
Lo que yo venía
haciendo era “usar” el cuerpo de la mujer. Hasta que descubrí las
potencialidades del cuerpo, descubrí el erotismo en armonía con los
sentimientos políticos, porque amar era una posición ideológica.
Al recuperar la
relación con el cuerpo, encontré ahí algo que me serviría al caer en cana.
Escuchando el cuerpo, este cuerpo que me
tocó en la repartija, que es único. Y no tiene recambio. Tengo que cuidarlo
porque es el soporte de mi inteligencia y el soporte de mi placer. Yo lo tengo
que cuidar. De la importancia del cuerpo me acordaría durante la tortura. Cuando
después de torturarme, me llevaron la primera noche a la cárcel, me acosté todo
dolorido. En la celda había un colchón y un trapo, una especie de manta. Al acostarme
pensé: “Hasta ahora aguantó. Pero, ¿cuánto más va a aguantar? Yo dependo de
este cuerpo”.
Orlando "Nano" Balbo